La comida de turno es de mis
preferidas. Sí, me gusta la pizza, la pasta, un buen pedazo de carne, pero para
mí no hay comida que me haga la boca agua tanto como un vigorón. Muchos de
nosotros que vivimos cerca de iglesias grandes o parques disfrutamos de la comida
de turno no solo en navidad, sino que también en fiestas que celebran a los
santos y demás ocasiones religiosas.
Foto tomada de flickr.com/photos/antojandome/ |
Me dirigí con ansias al turno más cercano imaginando
el sabor del chicharrón,con 3 mil colones en la bolsa y mucha hambre. Para mi
desgracia el vigorón no estaba listo, pero, la pupusa olía bien así que la
compré. También un churro relleno. Me supo a gloria, a la luna y las estrellas,
el mejor orgasmo bucal, comparable solo a la comida de mi abuela.
Al siguiente día, con menos hambre, pero con el mismo
antojo fui de nuevo, pero esta vez todo fue diferente.
La mujer que me atendió saco una bolsa chorreante de
líquido amarillo de debajo de la estantería de metal y para mi sorpresa, esta
contenía los chicharrones. Me advirtió de una vez que era solo pellejo y nada
de carne. El plato en el que empezó a servir los diferentes elementos de mi vigorón
tenía sucio en los bordes lo cual ella se dispuso a limpiar con un trapo que
materializó de entre sus pechos. El chimichurri era prácticamente solo líquido
y desde que abrió el recipiente me invadió un olor fuerte a vinagre.
Finalmente, la yuca hervida podría haber sido confundida fácilmente por puré de
papa.
- ¿Con salsas negrita? -
Le dije que sí. ¿Qué iba a hacer? ¿Decirle que ya no
quería nada a esta amable señora que servía mi comida con una sonrisa, pero
sin guantes, con un gorro de baño y la frente perlada en sudor?
Después de pagarle me dirigí hacia lo churros. El
muchacho me urgió a esperar 5 minutos, ya casi estaban listos. Acto
seguido el señor encargado de fabricar mi antojo agarró lo que parecía ser la
mitad de un palo de escoba con un clavo en la punta para luego hundirla en una
tina de aceite y sacar la rueda de churros fritos. No pude evitar ver la
suciedad que se acumulaba justo al tope del aceite. El señor, sin guantes
también, amasaba la masa para luego introducirla en la máquina e ir sacando el colocho de churro. Sus ropas fueron blancas en algún momento, tenía el pelo descubierto,
pero trabajaba arduamente en su labor.
Escuché un sonido distante, y alguien me tocó la mano. Era el muchacho diciéndome que serían 1500.
¿Qué fue aquello? Nunca me había pasado esto, o talvez
nunca me había percatado. Las ganas que le llevo a la comida de turno es tal
que solo me concentro en comer.
Foto tomada de campeonatodejaxes.blogspot.com/ |
...y al siguiente día, fui por otro vigorón!
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